jueves, 22 de enero de 2015

LA SIERRA DE SESENCO

ITINERARIO GUIADO POR LA LAGUNA
Tierras Altas de Soria



Celtíberos y romanos en La Laguna

El pueblo indígena que vivía en estas sierras, la Idúbeda, cuando llegaron los romanos mostraba elementos de la cultura céltica y también particularidades ligadas a la tradición indígena ibérica del valle del Ebro. Sus vecinos del sur eran los poderosos celtíberos, pueblo guerrero asentado entre le valle del Ebro y la Meseta. Durante el siglo II a. de C., la pujante cultura celtibérica se había expandido entre los pueblos limítrofes, entre ellos los de la serranía soriana.

Cuando Roma conquistó estas tierras encontró una compleja sociedad organizada en torno a grandes poblados fortificados. Numancia, Uxama, Termes, Calacoricos o el núcleo urbano anónimo de La Laguna eran algunas de estas ciudades-estado independientes que controlaban vastos territorios. Sus habitantes eran hombres libres, orgullosos de su tierra y su forma de vida, que opusieron una feroz resistencia al invasor romano. Pero nada pudieron hacer contra él.

Sesenco vivió aquí tres siglos después. Cuando murió con 20 años Roma ya había extendido su cultura por toda Hispania, se había disipado el odio generado tras la conquista, y la paz y prosperidad del Imperio calaban incluso en estas remotas sierras interiores, influenciadas por la próspera Calagurris (Calahorra), ciudad con la que mantenían estrechos lazos de clientela.



Los Castillejos del Baos

Sobre el cerro próximo al río perduran las evidencias de un castro que, al menos en su cara norte, la más expuesta, se protegió con foso y muralla. En su interior orientadas a mediodía y aprovechando las características naturales del terreno, se escalonaban las cabañas, entre las que se disponían espacios abiertos dedicados a la custodia de los ganados.

Sus pobladores debieron compaginar la ganadería y la caza con el cultivo de algunos productos básicos, como cereales, con los que además de harina, elaborarían cerveza, la que en época celtibérica se llamó caelia. Hábiles artesanos moldearían a mano una oscura y tosca cerámica decorada con cordones de arcilla o con sencillas muescas y grabados realizados con dedos y espátulas.

Fragmentos de estas cerámicas se encuentran ahora dispersos por el cerro. Su estudio permite hablar de una ocupación que se remonta a los siglos iniciales del primer milenio a.C., momento en que se producen los primeros asentamientos estables en el territorio. Con anterioridad, sus habitantes debían ser pastores que subían a estos valles en verano. Gracias a éstos y a otros fragmentos de cerámica, esta vez de tono anaranjados y hechos a torno, los arqueólogos pueden confirmar la supervivencia del poblado hasta los siglos III o II a.C.

Encontrar castros como éste de Los Castillejos es frecuente en toda la Sierra, cada uno aprovechaba los recursos de una tierra áspera y montañosa, que hacía inviables asentamientos mayores, al menos en época tan temprana de la Edad del Hierro. No es hasta el siglo III a. de C., cuando consolidada ya la revolución agrícola que supuso la aplicación del hierro a los aperos de labranza, empiezan a desarrollarse núcleos de población urbanizados que terminan por convertirse en centros de organización de territorio que los circunda y así, en auténticas capitales.


La ribera

La ribera del río Baos ofrece al paseante un apacible tramo de la ruta, en la que la frescura del suelo propicia la aparición de un bosque denso que el trabajo cotidiano se sucesivas generaciones fue transformando en huertos, fincas y praderas ahora abandonados por la despoblación.

Siguiendo el curso del río prospera, no sin cierto orden, la vegetación de ribera; alisos y sauces crecen con las raíces parcialmente encharcadas, muy cerca del agua. Al alejarse del cauce se hacen más comunes chopos, fresnos, arces de Montpelier y olmos, bajo cuya cobertura se encuentran numerosos arbustos, como espinos, zarzas, rosales, cornejos, endrinos, alustres y un largo etc. La floración aporta en primavera la vitalidad de la nueva vida, mientras que el cromatismo otoñal tinta de mil colores el paisaje, haciendo de esta época una de las más hermosas del año.

La fuerza del agua fue tradicionalmente aprovechada por el hombre, en la ribera aún son visibles los restos del molino del tío Cano, que molía el cereal cultivado en las zonas altas, más secas y soleadas.


Cortados fluviales

La naturaleza de las rocas y de la erosión han definido el agreste perfil de los costados que flanquean en la actualidad el curso del río. Cantiles verticales casi inaccesibles, ofrecen un interesante reducto para algunas aves que encuentran en ellos el lugar idóneo para disponer sus nidos, al abrigo de la intemperie y de los depredadores.

El avión roquero construye su nido de barro en repisas abrigadas. Su vuelo ágil y su aspecto parecido a una golondrina, aunque más rechoncho, resultan fáciles de identificar.

Conviven en estos cortados con la paloma bravía; son presa frecuente de alguna de las rapaces más diestras en la caza en vuelo, como el halcón peregrino y el cernícalo, que también frecuentan estos ambientes.


Huellas de dinosaurios

Durante el recorrido es posible contemplar algunas huellas de dinosaurios. Las icnitas de La Laguna corresponden a un ferópodo de mediano tamaño, un dinosaurio carnívoro y depredador, cuyas patas traseras, dotadas de tres dedos y afiladas garras, eran largas y fuertes para poder correr, y su cola musculosa para fortalecer el equilibrio.


Estos saurios son frecuentes en todos los yacimientos de Tierras Altas de Soria, comarca montañosa que constituye uno de los conjuntos paleontológicos de mayor interés de Castilla y León, por lo que algunos de ellos han sido declarados BIC (bien de interés cultural) con la categoría de "Yacimiento Arqueológico". Con ello se quiere garantizar su conservación, preservar nuestro patrimonio es tarea de todos.


El puente medieval

La Comunidad de Villa y Tierra de Yanguas fue la entidad que ordenó y administró el territorio desde bien entrada la Edad Media hasta las desamortizaciones del XIX. Era dueña de gran parte de los montes y de los pastos en un territorio donde la mayor riqueza estaba asociada a la cabaña de merinas trashumantes. Por eso fue la principal interesada en disponer de buenas infraestructuras viarias.

E, puente de Las Llanas es uno de sus elementos más destacados. Dos arcos de gran luz, separados por una pila central con tajamar aguas arriba, soportan un firme empedrado que salva el río Baos en una zona de barranqueras, Garantizaba, y aún lo hace, la comunicación de la Villa con los Montes Claros, donde la Comunidad controlaba los pastos entre Santa Cruz de Yanguas y Los Campos.



El hayedo

Los hayedos ocupan en la comarca enclaves aislados en laderas umbrosas. Se trata de bosques caducifolios en cuyo interior se mantiene un elevado grado de humedad y la luz apenas se filtra a través del denso dosel que conforman ramas y hojas.

 
Al atravesar el hayedo la ruta permite descubrir nuevas sensaciones: el frescor de la umbría, el fuerte olor del manto de hojarasca en distintos grados de descomposición... Se hará también patente la presencia de numerosos animales que encuentran en el bosque un hábitat idóneo: podremos escuchar los cantos de distintas aves, observar las huellas y señales de algunos mamíferos, como el corzo o el jabalí y sólo con prestar un poco de atención, detectar en el suelo bajo el manto de hojas secas multitud de hongos, insectos, arañas y otros invertebrados que, aunque suelen pasar desapercibidos, garantizan los ciclos de vida en el bosque. 



El oppidum de La Laguna

A pesar de haber sido abandonado hace más de dos mil años, aún impresionan sus ruinas. Los interminables pedregales que rodean la colina fueron un día de las defensas de un oppidum, un núcleo urbano de época celtibérica, capital anónima del Alto Cidacos. Los Montes Claros, la Sierra de Alba, El Ayedo, Monte Real... eran los confines de una pequeña ciudad-estado, libre e independiente, que controlaba el tránsito entre Calacoricos (Calahorra) y Numancia. Su territorio, de unos 20 kilómetros de diámetro, abarcaba la profundidad de las montañas y los barrancos de estas sierras, la Idoubeda.
La ciudad había nacido y crecido con celeridad, igual que otros asentamientos del norte de la Celtiberia, entre los que despuntó Numancia en su enfrentamiento con Roma, la gran ciudad arévaca fronteriza por el sur con el territorio del oppidum de La Laguna.


Todas las gentes del territorio colaboraron para hacer de este poblado el lugar más seguro de esta parte de la Sierra. La presencia cada vez más amenazante de Roma, exigía concentrar todas las fuerzas disponibles. Nunca antes el Alto Cidacos había conocido, ni conocería en el futuro unos sistemas defensivos de la magnitud y robustez de los del oppidum de La Laguna. El crecimiento fue vertiginoso. Las seis hectáreas delimitadas por la muralla pronto serían insuficientes, ocupándose con viviendas también el exterior.

Pero de poco sirvieron el foso y las torres, la sólida muralla, tanta gente... La ciudad fue arrasada. Los adobes calcinados, fundidos como el metal; las vasijas deformadas por el fuego; los huesos tiznados, alterados por la combustión. Todo asoma por doquier. Parece que muchos de sus pobladores murieron a espada, fuego y pilum. Los restos del poblado son un gran túmulo que contiene como ajuar funerario muchos de los bienes y utensilios que antes habían hecho placentera la existencia a aquellas gentes serranas: las copas para la cerveza, la tinaja para el grano, los milos de mano para moler cereal y bellotas, las pesas de telar, las canicas, y fichas de juego que hacían más llevaderas las largas noches de invierno. Todo, devastado por el fuego, descansa ahora bajo la tierra. La sombra de la vieja muralla ve cada primavera reverdecer la hierba fresca y los cultivos que crecen entre derrumbes de piedras y los adobes que un día fueron casas.

Todo permanece en La Laguna, las evidencias y la historia de una ciudad de nombre desconocido, viva en otro tiempo, oculta hoy en la profunda sima del olvido.


"Algunos dicen que los celtíberos y sus vecinos del norte hacen sacrificios a un dios innominado, de noche en los plenilunios ante las puertas, y que con toda la familia danzan y velan hasta el amanecer."
ESTRABÓN III, 4, 16.


El texto de esta entrada es copia de un folleto divulgativo que contó para su elaboración con la ayuda de la Mancomunidad de Tierras Altas y Proynerso y el trabajo de Tomero y Romillo.
Sus autores han sido: Cristina C. (dibujos), Ordoño L. (fotos), Gelu B. (texto), Eduardo AP (texto y fotos).

Para Ordoño, in memoriam.



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